No es fácil para cualquier persona que venga a Córdoba cogerle el tranquillo a nuestra forma de hablar. Es habitual escuchar en boca de un cordobés expresiones como “Cucha, tú, que estás fartusco” o “que chuchurrías están estas flores” o “como me dé el avenate se va a enterar el mamarracho ese”.
Los cordobeses tenemos una forma algo particular de expresarnos. Por ejemplo, y dejando las diferencias fonéticas para otro día, tenemos un uso algo particular de la palabra “eso”. Una frase como “tráeme eso que está en ese sitio”, que a cualquier persona no le diría nada, es perfectamente inteligible para un cordobés. También es muy común en nuestra tierra usar la palabra “niño” o “niña” para hablar con la gente. “Niño, qué hambre tengo”, “¿qué pasa, niña?” o “mi niño (novio) vive en la Fuensanta” son frases que frecuentemente podrás escuchar por la calle.
Es más probable que la gente sepa qué va hacer si te invitan a un perol, pero hay una palabra que nos identifica por el ancho mundo. Ya puedes estar en Sudáfrica, Canadá o en nuestras antípodas, Nueva Zelanda, que si escuchas a alguien decir “eso es un pego” ya sabes que es cordobés, sin ningún lugar a dudas.
El “pego” es una palabra con una historia curiosa que se remonta a la ocupación napoleónica. Los franceses ocuparon la provincia y en la capital se instaló un tal André o Louis (no se sabe con certeza el nombre) Pegau (que pronunciado suena como “pegó”). Este ilustrado quiso hacer partícipe a la sociedad cordobesa de los adelantos científicos europeos, un globo aerostático entre ellos. El globo se construyó y muchos fueron los cordobeses que asistieron al despegue, pero el globo no se despegó ni un metro del suelo.
Desde entonces, cada vez que se hacía algo que no servía para nada se decía que era “como lo del Pegau”. Y la palabra ha evolucionado hasta hoy día.
A mí, como soy cordobes (de los pies a la cabeza con mucho salero y poca vergüenza) me gusta ir de perol y decir pegos con mis amigos.